Érase una vez

en tiempos de sequía y escasez que apareció el niño huérfano. Andaba tocando de puerta en puerta pidiendo lo que nadie tenía. Un bocadillo, una tortilla tiesa, algo para pintar el estómago. El estiaje había pegado parejo según lo que me contaron. Una sombra de carencia profunda que dejó la región serrana en un estado de indigencia. Sin hallar sustento, el niño siguió caminando hasta encontrarse con un señor desgranando unas mazorcas malformadas que tenía resguardadas y que apenas alcanzaban un medio doble. Sin mayor conversación y con gesto de solidaridad el viejo aventaba los olotes que aun mantuvieran los granos más pequeños en su corazón. Al recibirlos, con agradecimiento el niño volteó y en silencio abrió surco y con esmero sembró. Con su intención atravesó la sequía y las nubes se acercaron con lluvia. Viendo que las semillas germinaron y la mata por si sola creció, el niño satisfecho con su labor se despidió y regresó por donde venía para después levantar como milpa y convertirse en el Maíz Más Pequeño.

La audacia de su intención. El coraje de ser joven, de soñar, de preguntar si es posible y de contestar sí, sí lo es. El valor de no solo romper las reglas sino cambiarlas a favor de la vida. De declararlo y de hacerlo.